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Niños divirtiéndose. / Foto: Cristina Lojo |
Las redes sociales están llenas de educadores, psicólogos, pediatras,
enfermeros que nos dan lecciones o consejos sobre cómo debemos educar a
nuestros hijos. Hasta aquí todo bien. Siempre han existido manuales que nos han
dado ciertas pautas para afrontar nuestro día a día de forma más acertada, algo
que ayuda enormemente, sobre todo, cuando se trata de la educación de nuestros
hijos.
El problema surge cuando esto, tan sencillo, se convierte en un gran
negocio en el que parece que todo vale. Se ponen en marcha todas las
estrategias de marketing digital con las que se adueñan de nuestros
sentimientos y nos terminan haciendo adictos a estos consejos, a base de
hacernos sentir culpables en todo momento.
Siempre trabajan bajo titulares llamativos tipo: “Diez cosas que les dices
a tus hijos y que jamás deberías pronunciar”; “Cinco claves para acabar con las
rabietas”; “Siete frases que lamentarás haberle dicho a tus hijos”. Este tipo
de artículos se repiten continuamente, siguiendo los manuales de marketing
digital, y no precisamente con la misión altruista de conseguir que eduques
mejor a tus pequeños. El único objetivo es el de conseguir más clics, más
seguidores, más compartidos y, en definitiva, más progenitores que se van a la cama
pensando “que mal lo he hecho hoy”.
Estudian perfectamente cuándo publicar los artículos. De hecho, hay
portales que suben a sus redes sociales publicaciones cada hora, al modo de
martillo pilón, recordándote lo mal que estás educando a tus hijos. Además, se
cuidan mucho de que todo sea muy real. Por eso, no dudan en contar en primera
persona cómo educan ellos brillantemente a sus hijos quienes posan felices en
las imágenes en las redes sociales que cuentan con miles de seguidores. Todos
sonriendo, felices con unos padres ejemplares.
Unos padres ejemplares que dudo muy mucho que puedan dedicar a sus hijos la
mitad del tiempo que tú dedicas a los tuyos. Y así lo creo porque entre gestión
de contenido y estrategias con las que comer la cabeza a los seguidores en las
redes sociales, ponencia de seminarios sobre alimentación perfecta para los
niños, control de rabietas y sesiones de fotos de familias felices, no sé
cuándo están con los hijos.
El día a día es otra cosa. En el día a día de una familia normal, con
sueldos normales, la vida es más real. No hay tiempo para tantas fotos felices,
ni lees todas las etiquetas de lo que comen. A veces gritas, porque pierdes los
nervios. Gritas de impotencia porque no solo estás preocupado de la educación
de tus hijos. Estás también preocupado porque, a pesar de trabajar, este mes no
has cobrado. Te preocupas porque tienes que ocuparte de tus niños y de tu madre
que es mayor. También te preocupas porque se te ha estropeado la lavadora y no
encuentras una por menos de 200 euros y te preocupas porque tienes que estudiar
por las noches y no te quedan energías ni para abrir los ojos. Y así, claro que
te enfadas más que los blogueros felices que te dicen y recuerdan cada dos
horas, siguiendo los horarios recomendados por Facebook, lo mal que lo estás
haciendo.
No es un análisis que hago a la ligera. Es algo que llevo analizando desde
hace tiempo. Soy seguidora de varios portales de este tipo y tengo que decir
que podrían hacer el mismo trabajo sin hacer sentir a los padres culpables en
cada párrafo. Pero claro, no obtendrían tantos likes y no sería rentable.
Entonces se pierde el objetivo principal: el económico.
Contamos con decenas de personas a nuestro alrededor que pueden ayudarnos
cuando tenemos dudas. Nuestros pediatras, los profesores, nuestros padres y
nuestro sentido común. Escúchalo todo y toma tus decisiones y, sobre todo, sé crítico cuando lees algo, estas líneas
también. No seamos borregos de portales sobre educación. Tomemos nuestros
decisiones y, sobre todo, no dejes que te hagan sentir culpable.