jueves, 21 de septiembre de 2017

Yo te ayudaré a buscar las llaves



No me importa. No me importa que me lo cuentes otra vez. Dímelo. Me cuentas que te peinabas con unas trenzas grandes. Me lo contaste ayer hasta grabarlo en mi memoria. Me lo has contado hoy y ojalá me lo cuentes mañana. No me importa. Yo me sorprendo, me sorprenderé. Abriré los ojos, te escucharé como si no me lo hubieras contado nunca.

No me importa que derrames el café. Me gusta que me digas que te gusta el olor a café. Por eso lo hago, para que sigas sintiendo que la vida tiene cosas bonitas en cada etapa, hasta en la más dura.
Yo te ayudo, te ayudaré a buscar las llaves, aunque ya no abras ni cierres la puerta nunca y seguiremos llamando a la peluquera, para que sigas viéndote guapa. Seguiremos yendo de compras y dejaré que elijas lo que quieras. No me importa que le digas guapa a la dependienta, no me importa, aunque algunas no te devuelvan la sonrisa. Yo estaré ahí para recordarle que ella, si Dios quiere, también llegará a la vejez y esperará una palabra amable.

Es tan fácil hacer feliz con pequeños gestos. Yo estaré para eso. Yo te acompañaré en esta etapa, como tú has guiado siempre mi camino, con esos consejos que me han llevado a ser solidaria.
Nunca te preguntaré si te acuerdas de alguien. No me importa. Eso no me importa. No insistiré para que recuerdes nada. Viviremos este nuevo camino, estos días nuevos, en el que volveremos a conocernos cada mañana. Eso no me importa. El amor, el cariño, la paciencia toman pronto confianza, amistad. Seremos amigas. Cada día seremos amigas.

Te prometo regalarte en cada despertar una sonrisa, una caricia, un gesto de cariño. Lo prometo. No me importa. Te compraré una ventana muy grande, la más grande. Una ventana que se llene de luz hasta en los días más nublados.

Porque en cada etapa de la vida, aunque a veces muy escondida, hay felicidad y yo la buscaré para ti. No me importa, eso no me importa. 



lunes, 21 de agosto de 2017

¿Cómo debemos educar a nuestros hijos?

Niños divirtiéndose. / Foto: Cristina Lojo
Las redes sociales están llenas de educadores, psicólogos, pediatras, enfermeros que nos dan lecciones o consejos sobre cómo debemos educar a nuestros hijos. Hasta aquí todo bien. Siempre han existido manuales que nos han dado ciertas pautas para afrontar nuestro día a día de forma más acertada, algo que ayuda enormemente, sobre todo, cuando se trata de la educación de nuestros hijos.

El problema surge cuando esto, tan sencillo, se convierte en un gran negocio en el que parece que todo vale. Se ponen en marcha todas las estrategias de marketing digital con las que se adueñan de nuestros sentimientos y nos terminan haciendo adictos a estos consejos, a base de hacernos sentir culpables en todo momento.

Siempre trabajan bajo titulares llamativos tipo: “Diez cosas que les dices a tus hijos y que jamás deberías pronunciar”; “Cinco claves para acabar con las rabietas”; “Siete frases que lamentarás haberle dicho a tus hijos”. Este tipo de artículos se repiten continuamente, siguiendo los manuales de marketing digital, y no precisamente con la misión altruista de conseguir que eduques mejor a tus pequeños. El único objetivo es el de conseguir más clics, más seguidores, más compartidos y, en definitiva, más progenitores que se van a la cama pensando “que mal lo he hecho hoy”.

Estudian perfectamente cuándo publicar los artículos. De hecho, hay portales que suben a sus redes sociales publicaciones cada hora, al modo de martillo pilón, recordándote lo mal que estás educando a tus hijos. Además, se cuidan mucho de que todo sea muy real. Por eso, no dudan en contar en primera persona cómo educan ellos brillantemente a sus hijos quienes posan felices en las imágenes en las redes sociales que cuentan con miles de seguidores. Todos sonriendo, felices con unos padres ejemplares.

Unos padres ejemplares que dudo muy mucho que puedan dedicar a sus hijos la mitad del tiempo que tú dedicas a los tuyos. Y así lo creo porque entre gestión de contenido y estrategias con las que comer la cabeza a los seguidores en las redes sociales, ponencia de seminarios sobre alimentación perfecta para los niños, control de rabietas y sesiones de fotos de familias felices, no sé cuándo están con los hijos.

El día a día es otra cosa. En el día a día de una familia normal, con sueldos normales, la vida es más real. No hay tiempo para tantas fotos felices, ni lees todas las etiquetas de lo que comen. A veces gritas, porque pierdes los nervios. Gritas de impotencia porque no solo estás preocupado de la educación de tus hijos. Estás también preocupado porque, a pesar de trabajar, este mes no has cobrado. Te preocupas porque tienes que ocuparte de tus niños y de tu madre que es mayor. También te preocupas porque se te ha estropeado la lavadora y no encuentras una por menos de 200 euros y te preocupas porque tienes que estudiar por las noches y no te quedan energías ni para abrir los ojos. Y así, claro que te enfadas más que los blogueros felices que te dicen y recuerdan cada dos horas, siguiendo los horarios recomendados por Facebook, lo mal que lo estás haciendo.

No es un análisis que hago a la ligera. Es algo que llevo analizando desde hace tiempo. Soy seguidora de varios portales de este tipo y tengo que decir que podrían hacer el mismo trabajo sin hacer sentir a los padres culpables en cada párrafo. Pero claro, no obtendrían tantos likes y no sería rentable. Entonces se pierde el objetivo principal: el económico.

Contamos con decenas de personas a nuestro alrededor que pueden ayudarnos cuando tenemos dudas. Nuestros pediatras, los profesores, nuestros padres y nuestro sentido común. Escúchalo todo y toma tus decisiones y, sobre todo,  sé crítico cuando lees algo, estas líneas también. No seamos borregos de portales sobre educación. Tomemos nuestros decisiones y, sobre todo, no dejes que te hagan sentir culpable. 

miércoles, 8 de febrero de 2017

No somos desagradables por naturaleza

'Gracias'. ¡Suena tan bien esta palabra! Suena a música, a alegría. Es como 'nosotros', 'perdona' y 'no hay de qué'. Son palabras que nos dan buen rollo, que nos gustan. Nos encanta escucharlas. Estamos siempre deseando escuchar esas palmaditas que vienen a decirte qué bien lo has hecho. Es que te sube el ánimo.
Nos encanta que nos digan que trabajamos bien, que somos buenos amigos, parejas y amantes. Y ahí estamos siempre con las orejas abiertas, muy abiertas, esperando que alguien nos premie nuestro día a día.
Pero qué poquito suenan estas palabras. Últimamente me estoy centrando en escuchar los pequeños detalles que me rodean y no suenan a esta música. Nada más lejos de la realidad. He escuchado frases horribles que me hacen sentir vergüenza ajena. Una clienta, sin levantar la cabeza de su plato, dejando claro a la camarera que las patatas estaban frías. Un hombre quejándose en otro establecimiento de que no estaba encendida la estufa de la terraza y tenía mucho frío. Un joven en el supermercado exigiendo que abrieran otra caja porque no iba a estar toda la tarde para pagar sus yogures. Una peluquera, con cara de circunstancia, escuchando una reprimenda por un supuesto mal corte de pelo. En un taller de coches, una conversación entre mecánicos sobre un cliente que acababa de dejar claro que no volvería jamás. La madre de un conocido diciendo que el marido no colabora en casa y el marido de mi vecina quejándose de que la mujer no había bajado al perro. Y así, mis oídos han terminado llenos de mal humor hasta que mi hijo, con una herida en la cabeza, me dice que el médico que le atendió en el hospital era muy simpático. ¡Gracias hijo, por recordarme que no somos desagradables por naturaleza!